Por Susana Merino
Transmitido a AlterPresse en abril de 2010
No he visto imágenes de lo que está aconteciendo en Haití. Me resisto a enfrentar una pantalla alimentada por el dolor de miles de seres humanos pero incapaz de generar una similar y multitudinaria reacción contra las verdaderas causas de tanto estéril e inhumano sufrimiento.
Esta tragedia, tan terrible como la que, tal vez con menor espectacularidad, asola al mundo a diario, es decir al mundo subdesarrollado, que al decir del teólogo Gustavo Gutiérrez, “no es sino el subproducto del desarrollo de otros países” hambrunas, guerras tribales fomentadas por la codicia de los poderosos, migraciones forzadas hacia otra clase de miseria, la que rodea a las grandes ciudades, es una de las tantas rutinarias consecuencias que golpean pero pasan sin dejar huellas en la conciencia de los grandes grupos económicos y de los gobiernos que los albergan.
Unos y otros en lugar de asumir su propia e innegable responsabilidad, disfrazan sus mezquinas ambiciones bajo la apariencia de una mal disimulada “ayuda solidaria” llevada por lo general curiosamente a cabo por militares cuya formación apunta precisamente a lo contrario.
No faltan tampoco quienes, como el reverendo Pat Robertson, culpan directa o indirectamente de esta tragedia a las oscuras fuerzas del mal convocadas en otros tiempos por el pueblo damnificado, atribuyéndola a un viejo pacto de los haitianos con el diablo o quienes comienzan a sospechar de un seísmo inducido por la Marina usamericana dada su similitud con otros de parecidas características recientemente ocurridos en otros lugares del mundo y que de no existir el Proyecto HAARP, resultaría también poco creíble pero que dados los objetivos y las particularidades de ese proyecto radicado en Alaska, no me atrevería a descartar [1]
Muchos han sido también quienes han invocado a Dios preguntándose como lo hiciera el propio Papa Benedicto XVI cuando estuvo en Auschwitz. “¿Dónde estaba Dios en ese momento? ¿Porque se quedó callado? ¿Cómo pudo permitir esta eterna matanza, el triunfo del mal?”
Aunque a mi modestísimo entender habría que recordar que el Creador no solo nos encomendó “dominar a la naturaleza”, lo que no implica destruirla ni exterminarla sino convivir armoniosamente con ella para que sirva de sustento permanente a toda la humanidad. Además de que por medio de Moisés primero y a través de su propio hijo Jesús luego nos dio sendos “instructivos” capaces de asegurarnos una pacífica y fraternal convivencia, que por cierto y evidentemente no hemos sabido llevar a la práctica
Si no hemos sido capaces de aceptar y poner en práctica esas instrucciones mal podemos culparlo de indiferencia y o de sordera sino que por el contrario deberíamos asumir nuestras responsabilidades y buscar los consensos necesarios para cambiar el ya harto deteriorado rumbo de nuestro derrotero.
Nada de lo sucedido es imputable a la naturaleza o a la fatalidad. Es posible que algunos fenómenos climáticos se hallen agudizados por el mal manejo humano pero sus consecuencias afectan de muy distinta manera a aquellos pueblos sometidos a la expoliación y al olvido permanente y a aquellos otros que gozan de mejores parámetros de bienestar o de desarrollo.
Un seísmo similar no hubiera causado los mismos estragos en Japón, ancestralmente golpeado por contingencias de este tipo puesto que su economía le permite prevenirlos adoptando normas constructivas adaptadas a ese tipo de situaciones.
Tampoco Cuba, afectada por los mismos huracanes que Haití, a pesar de no contar con la misma solidez económica que Japón, pero sí con una filosofía de vida más humana se ha visto asolada de la misma manera puesto que mientras durante el último huracán acusó tan solo 4 muertos, Haití llegó a contabilizar más de 800 en la misma oportunidad.
Casi todas las crónicas describen a Haití como uno de los países más pobres del planeta, pocas se detienen a analizar cuales han sido las causas que lo han condenado a esa situación.
Gran parte de sus males procede no solo de la ominosa deuda externa que originariamente le fuera impuesta en 1804, por Francia en oportunidad de su independencia, posteriormente agravada por los EEUU y los organismos internacionales de crédito, cuyas preocupaciones como todo el mundo sabe no pasan por interesarse en la prosperidad y el desarrollo de los países prestatarios, rigurosamente analizada por el CADTM (Comité para la Anulación de la Deuda Externa del Tercer Mundo), sino también por el dumping impuesto por los EEUU a su producción agrícola, que ha derivado en el hecho de que actualmente deba importar todo el arroz que consume desde aquel país al que como dice Eduardo Galeano “los expertos internacionales, que son gente bastante distraída, se han olvidado de prohibir los aranceles y subsidios que protegen la producción nacional”.
Habría muchos otros aspectos que incluir pero sé que ya se ha escrito demasiado y que lo que a mi juicio es más importante destacar es la urgente necesidad de tomar conciencia de que esta clase de desastres no son atribuibles ni a la pasividad de Dios, ni a la Naturaleza, ni a ninguna clase de fuerzas malignas, sino pura y exclusivamente a decisiones humanas nacidas del egoísmo, de la ambición desmedida y del imperdonable desprecio hacia la mayoría de los seres humanos por parte de quienes forman parte del auto excluyente poder que se cree dueño del planeta y si nos descuidamos también de su satélite.
Y para terminar y casi como una curiosidad, quiero recordar que por mi francofonía fui en mi juventud y por un breve lapso secretaria “part time” de M. Hubert Carré, por aquellos tiempos Embajador de Haití en Colombia. Es claro que en ese entonces no había leído aún “Las venas abiertas de América Latina” y aunque mi influencia allí hubiera sido de igual modo absolutamente nula, me hubiera permitido tal vez observar las cosas de otra manera. Pecados de juventud, que le dicen.