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Haiti : Nuestras escuelas nacionales y nosotros

"¿Por qué no encargamos su rehabilitación a los equipos técnicos de la MINUSTAH ? "

Debate

Por Ericq Pierre

Transmitido a AlterPresse el 27 de enero de 2006

Entre los centenares de escuelas nacionales que existen en Haití, alrededor de 15 llevan el nombre de un paí­s de la región, especialmente en Puerto Prí­ncipe. Estas Escuelas Nacionales llevan los nombres de las repúblicas de Argentina, Chile, Colombia, Cuba, los Estados Unidos de América del Norte, Ecuador, Guatemala, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, la República Dominicana, Uruguay y Venezuela.

En 2003, invité a algunos colegas del Directorio Ejecutivo del BID a explorar las posibilidades de que sus gobiernos contribuyeran al equipamiento de esas escuelas. Todos acogieron con beneplácito la iniciativa. En particular, pensaba en el suministro de materiales didácticos, equipos informáticos, fotocopiadoras, premios para alumnos sobresalientes, giras de alumnos a paí­ses de América Latina y el Caribe, etc. Algunos hablaron incluso del hermanamiento con otras escuelas.

Algunas semanas después, uno de mis colegas me informó que su paí­s estaba dispuesto a proporcionar a la escuela que llevaba su nombre los equipos y elementos que ésta pudiera necesitar. Pensamos entonces que serí­a la primera escuela que se beneficiarí­a de la iniciativa.

En agosto del mismo año, visité esa escuela, situada en el centro de Puerto Prí­ncipe, acompañado por un camarógrafo profesional, para filmar el edificio y las aulas, con la idea de enviar la videocinta a mi colega. Sabí­a que el edificio era vetusto porque la escuela se habí­a inaugurado en 1930. Sin embargo, lo que descubrí­ ese dí­a me dejó pasmado. En primer lugar, llegar al establecimiento fue una verdadera batalla campal, a codazos, negociando paso a paso con los miles de vendedores y compradores que, de pie, sentados, en cuclillas e incluso acostados, acampaban en torno a la escuela con sus puestos y toda suerte de artí­culos, desparramados incluso sobre el suelo.

Una vez que hube llegado, por fin, al interior de la escuela, me pregunté sinceramente si no me habrí­a equivocado de edificio: muros agrietados e inestables, aulas que dejaban entrar la lluvia, cielorrasos podridos, pupitres estropeados, alumnos mordidos por ratas en plena clase, sin baños ni fuentes de agua potable. En algunas aulas ni siquiera habí­a pizarrones. Vi con mis propios ojos una parte de este espectáculo. El resto me fue relatado por la directora y el director de la escuela que, ese dí­a, se ocupaban de la inscripción de nuevos alumnos para el próximo año lectivo. Me informaron de que, de la enseñanza preescolar al sexto grado, el establecimiento atendí­a a 1.750 alumnos en aulas separadas: 1.000 niñas y 750 niños. Me enteré, también, de que la escuela aloja las clases primarias de un liceo importante de la capital y dispone de 38 profesores para las niñas y 26 para los varones.

Desgraciadamente, nunca me pude decidir a enviarle esa videocinta a mi colega. Preferí­ decirle que el edificio de la escuela tení­a más de 70 años de antigí¼edad y que el Ministerio de Educación Nacional estaba realizando importantes obras de rehabilitación para remozarlo. Le dije asimismo que, en cuanto concluyeran las obras, me pondrí­a nuevamente en contacto con él. Realmente, me sentí­a incapaz describirle el estado en que se encontraba el establecimiento. A decir verdad, me daba vergí¼enza. Me enteré más tarde de que, si bien no todas nuestras escuelas nacionales están tan dilapidadas como esta, su situación no es muy diferente. Por lo tanto, decidí­ que era mejor dejar la iniciativa en suspenso. En particular, porque incluso las escuelas de construcción más reciente adolecen de toda clase de deficiencias.

Con todo, guardando las proporciones, los padres haitianos más pobres gastan mucho más en la educación de sus hijos que los demás padres de América latina y el Caribe, pues por cada hijo gastan más del 15% de sus magros ingresos. Sin embargo, la calidad de los servicios, tanto en el sector privado como en el sector público, es muy inferior a la de los demás paí­ses del hemisferio.

Los padres haitianos, pues, hacen enormes sacrificios para que sus niños puedan tener un porvenir mejor. En general, no esperan mucho del Estado, y mucho menos de los candidatos que solicitan sus votos. Excepto, quizás, la mejora de las condiciones de seguridad y de las oportunidades de trabajo. Pero, tengo la certeza de que se sentirí­an muy aliviados si el Estado prestara más atención a la educación. Por otra parte, los padres haitianos se ven obligados a enviar a sus hijos a escuelas privadas, con aranceles exorbitantes en comparación con sus magros ingresos, simplemente porque las escuelas públicas ya superpobladas son prácticamente inaccesibles. Y esto sucede en todos los niveles.

Ello hace que las escuelas privadas se multipliquen como hongos, muchas veces con resultados peores que los de las escuelas públicas. Un antiguo ministro de educación me ha dicho incluso que una de estas escuelas privadas de la capital ostenta con orgullo este tí­tulo: Escuela primaria, secundaria, adúltera (sic).

Sé que ante la magnitud de las necesidades de Haití, es grande la tentación de procurar hacer un poco de todo, con el riesgo de que las acciones emprendidas no produzcan realmente ningún efecto. Con todo, siempre estaremos ante el mismo dilema. Nunca dispondremos de los recursos necesarios para solucionar todos los problemas a la vez. Debemos, pues, determinar nuestras auténticas prioridades. ¿Y qué puede haber más prioritario y rentable, a mediano y largo plazo, que la educación?

Entre la justicia y mi madre, yo elijo a mi madre, decí­a Albert Camus. Hagamos, pues, de la educación la madre de todos. Entre la justicia y la educación, elijamos la educación. Entre medio ambiente y educación, elijamos la educación. Entre las carreteras y la educación, elijamos la educación. Entre la producción nacional y la educación, elijamos la educación. Entre la policí­a y la educación, elijamos la educación. Y así­ sucesivamente. Si exagero un poco, es sólo para destacar mejor la importancia de la educación. Nunca es fácil elegir, pero siempre se termina por hacerlo. Cuando se elige la educación, no hay por qué preguntarse si la elección será buena o mala, porque sólo puede ser excelente.

Quisiera hacer una propuesta concreta respecto de las escuelas nacionales que llevan los nombres de los paí­ses que mencioné al principio. ¿Por qué no encargamos su rehabilitación a los equipos técnicos de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH)? Creo que para rehabilitar estas escuelas bien se podrí­a recurrir a arreglos similares a los que se adoptaron para que la MINUSTAH pudiera colaborar en la reparación de las carreteras en ciertas zonas del norte de Haití. No serí­a necesario modificar el mandato de la MINUSTAH, ni recurrir al Consejo de Seguridad. La decisión se podrí­a adoptar sobre el terreno. En particular, porque todos los paí­ses cuyo nombre ostentan esas escuelas participan, directa o indirectamente, en la MINUSTAH.

La rehabilitación fí­sica de estas escuelas no deberí­a generar gastos exorbitantes. Los resultados serí­an, pues, positivos, tanto para los alumnos haitianos como para los paí­ses que dan su nombre a estas escuelas. Al propio tiempo, ello podrí­a convencer a los haitianos de que la MINUSTAH puede hacer cosas sumamente positivas. Establezcamos, pues, un consenso para confiar a la MINUSTAH la rehabilitación de algunas de nuestras dilapidadas escuelas nacionales.

Rochasse091@yahoo.com
14 de diciembre de 2005