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Haiti - R. Dominicana

La isla de Hispaniola y nosotros

Por Ericq Pierre [1]

Transmitido a AlterPresse el 30 de agosto de 2005

“Residen en la isla de Hispaniola dos Estados fracasados†. Tal fue el juicio recientemente pronunciado por una ONG estadounidense, provocando la ira e indignación del presidente dominicano, Leonel Fernández. En Haití, por el contrario, la gente está tan acostumbrada a este tipo de declaraciones, que al parecer no generó reacción particular alguna.

Conozco muy poco la República Dominicana. Cuatro o cinco visitas cortas en el transcurso de los últimos quince años, siempre en misión y por perí­odos de no más de cinco dí­as. Sin embargo, por las estadí­sticas sé que se trata de un paí­s subdesarrollado que se esfuerza, que con regularidad realiza elecciones aceptables y que se empeña en mejorar la gobernanza.

Pienso, incluso, que desde el punto de vista geopolí­tico, Santo Domingo es una de las capitales más importantes para Haití. Las decisiones que allá se toman y los discursos que allá se pronuncian afectan, por lo general, a los compatriotas nuestros que allá residen. Tanto así­ que, contrariamente a lo que sucede en otras tierras que han servido de refugio para los haitianos, en la República Dominicana su situación deja mucho que desear. Ni siquiera se sabe con exactitud cuántos son: más de un millón, según los dominicanos, 500.000 según los haitianos. Pero me temo que, antes de poco, en el mismo Haití se empezará a hablar de más de un millón pues, al parecer, los haitianos están adoptando cada vez más frecuentemente las cifras que presentan los dominicanos. De cualquier forma, la nutrida presencia de haitianos en República Dominicana es una pesada carga sobre las frágiles infraestructuras sociales de ese paí­s.

En la década de los noventa , la República Dominicana fue el único paí­s de la región que alcanzó una tasa de crecimiento de 8% durante tres o cuatro años consecutivos. Incluso en esa época se hablaba de “un tigre dominicano†en gestación. Pero el sueño fue de corta duración. Las vacas flacas devoraron con rapidez las vacas gordas: crisis energética, crisis bancaria, corrupción, catástrofes naturales, desempleo, y las consecuencias de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en el turismo, atenuaron bruscamente el triunfalismo que se perfilaba. Pero de allí­ a hablar de un Estado fracasado hay un verdadero trecho que, a mi modo de ver, esta ONG recorrió muy despreocupadamente.

Sin embargo, creo que esa frase no habrí­a sido utilizada para calificar a los dos paí­ses si no se hubiera impuesto la costumbre de aplicarla a Haití en primer lugar. A diestra y siniestra. Y como también se designa a los dos paí­ses con la denominación de Hispaniola, la ONG no supo determinar (o ver) la diferencia. Además, como están las cosas, nadie deberí­a sorprenderse si dentro de poco se empieza a utilizar el término “hispanioles†para designar tanto a los dominicanos como a los haitianos.

No escribo estas lí­neas con placer ni con humor. Haití es el nombre que los primeros habitantes dieron a la isla montañosa. Haití es el nombre que Dessalines retomó para bautizar de nuevo la isla que Toussaint-Louverture unificó bajo su mandato. La independencia se proclamó entonces para toda la isla de Haití. De chiquillos aprendimos -y nuestros hijos siguen aprendiendo- que toda la isla se llama Haití. Cuando cursaba el último año de escuela elemental, mi profesor insistió mucho en que Hispaniola era el nombre dado por los colonizadores esclavistas.

Hace algunos años, el BID organizó en El Salvador una conferencia que reunió a los paí­ses de Centroamérica, la República Dominicana y Haití. Con el ánimo de abreviar y mantener la tónica, los organizadores la denominaron Encuentro América Central/Hispaniola. Cuando señalé que los haitianos prefieren que se mencionen los dos paí­ses por separado y no bajo la denominación de Hispaniola, el BID se apresuró a modificar el tí­tulo de la conferencia.

Desafortunadamente, cuando informé al respecto al entonces Canciller haitiano, con una ingenuidad desconcertante me respondió que debido a todos los problemas que Haití debí­a enfrentar, él no habí­a dedicado mucho tiempo a ese tipo de detalles. En ese entonces lamenté que a él y a mí­ no nos hubieran impartido la misma lección en la escuela primaria. Pero, pensándolo bien, creo que simplemente él se“perdió†esa clase.

Volviendo al tema de la indignación del presidente dominicano, me pareció absolutamente justificada. En primera instancia. Consideré el comentario exagerado e injusto a la vez. Pensé que para desmentir la declaración de esa ONG impertinente, la República Dominicana tendrí­a que seguir reforzando, aún más y por siempre, la gobernanza económica y polí­tica. No obstante, el presidente Fernández adoptó una estrategia que me sorprendió. En efecto, en vez de tratar de demostrar con hechos que su paí­s no es un paí­s fracasado, se indignó ante todo por la osadí­a de poner a la República Dominicana en el mismo plano de la República de Haití. “El Estado haitiano no existe, proclamó. ¿Cómo comparar entonces el Estado dominicano con un Estado que no existe?â€

Esta actitud me hace pensar en un padre complaciente que de buena gana admite que su hijo es un maleante, consolándose con la idea de que lo es en menor grado que el hijo de su vecino. ¡Triste consuelo!

Lamento que, por tratar de defender a su paí­s, el presidente Fernández haya creí­do que hundir más aún a Haití podí­a ser una buena salida. ¡Reminiscente de tiempos pasados! Pero ni siquiera eso. No quisiera tampoco equivocarme de época. Sé de sobra que la era del generalí­simo Rafael Leonidas Trujillo y Molina quedó definitivamente en el pasado. Tanto mejor para la República Dominicana y para Haití. No obstante, me pregunto si lo mismo ocurre con lo que Joachim Balaguer consagró en su libro “La isla al revés†. Dejo a otros la tarea de responder, si así­ lo desean. Yo me niego a entrar en más detalles al respecto.

Lo irónico de todo esto es que en los cí­rculos internacionales, los delegados dominicanos, con el presidente Fernández a la cabeza, pronuncian discursos que les permiten incluirse fácilmente en el grupo de amigos, e incluso de defensores, de Haití. ¿Qué piensan realmente en privado? Difí­cil saberlo. Pero, ¿tiene acaso importancia? Contentémonos entonces con expresar nuestro reconocimiento al presidente Fernández tanto por sus palabras en pro de Haití, como por su indignación. Deseémosle buena suerte a la República Dominicana. La necesita tanto como Haití.

A mis compatriotas quisiera pedirles únicamente que citen por separado a los dos paí­ses y que eviten referirse a Hispaniola para designar la isla. De no ser así­, organicemos una campaña para modificar nuestros libros de historia y geografí­a. Nuestros hijos siguen aprendiendo que toda la isla se llama Haití. No estoy pidiendo que se reemplace el nombre de Hispaniola por el de Haití. Tan sólo propongo no designar a los dos paí­ses bajo la denominación de Hispaniola y que se diga y se escriba, de preferencia, la República de Haití y la República Dominicana.

Me sabrán disculpar la insistencia: Hispaniola y nosotros no es una expresión compatible. Hispanioles y haitianos, menos aún.

10 de agosto de 2005

Contacto : Rochasse091@yahoo.com


[1NDLR : Delegado de Haiti en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID)